En las numerosas críticas aparecidas a raíz de “Un amor”, la película de Isabel Coixet, ha habido un denominador común que se repite como un mantra, casi como un argumento necesario e ineludible para abordar el film: La comparación con el libro de Sara Mesa en que se basa. De hecho, muchas de ellas se limitan a valorar la película en función de su fidelidad al texto original. Las pequeñas pero significativas traiciones de Coixet a la novela son las razones por las que se descalifica el film, como si después de más de cien años de historia audiovisual se nos hubiera olvidado que literatura y cine son medios distintos y que, como tales, se manejan con absoluta independencia el uno del otro. ¿En qué formato escribe Sara Mesa? ¿En 4:3 o en 16:9? ¿A base de planos largos o utilizando el plano-contraplano? ¿Son los travellings una seña de identidad en sus párrafos?
Seguramente, el pecado de Coixet ha sido adaptar un bestseller cultureta, que hasta el último cronista ha leído (tiene pocas páginas) y, por tanto, resulta fácil establecer comparaciones. No se entienda la calificación de bestseller cultureta como peyorativa, no lo es.
La película como obra autónoma se desvanece en el caso de “Un amor”, que solo parece existir en función de su precedente literario, pese a que la cineasta presenta el film con un único rótulo inicial: “Un amor de Isabel Coixet”. Es decir, recalca que es su mirada sobre la novela, y por tanto tiene absoluta potestad para modificar su contenido en función de sus intereses, ya sea cambiando la profesión de la protagonista (y sus motivos para huir al campo), liberándola con un catártico baile final (Coixet 100%) o alterando las conductas de los personajes. Solo en los créditos finales se señala que se trata de una adaptación literaria. Sin embargo, a Coixet se le penaliza por no mantenerse fiel a la letra y el espíritu del libro, cuando está en su legítimo derecho de no hacerlo.
Curiosamente, Coixet ya adaptó en 2017 “La librería”, de Penelope Fitzgerald, y aunque la novela estaba publicada en España por Impedimenta, parece que en este caso los cronistas no la habían leído previamente, y eso que también era cortita. Pero, ay, no era un bestseller cultureta. Por lo tanto, se limitaron a señalar en sus críticas que la película se basaba en el libro y a valorar la película como tal, no en función de sus parecidos o diferencias con el texto original. Ni una sola crítica diseccionó entonces la relación novela/película como se ha hecho de manera sistemática con “Un amor”. Tampoco ha sucedido con “Que nadie duerma”, basada en la novela homónima de Juan José Millás. Y si de traicionar el texto original se trata, Jonathan Glazer ha hecho lo que ha considerado oportuno con «La zona de interés» de Martin Amis, eliminando uno de los personajes del triángulo amoroso de la novela, sin que nadie haya utilizado el hecho para socavar el interés de la película. Más aún: en las pantallas españolas han coincidido dos películas basadas en la misma novela de Henry James: «La bestia» (Bertrand Bonello, 2023) y «La bestia en la jungla» (Patric Chiha, 2023). Ambas son infieles al texto original, tanto como lo son las hasta cuatro distintas versiones cinematográficas existentes de «Invasion of the Body Snatchers», la novela de Jack Finney.
Es decir, que al resto de películas se les permite existir como entes autónomos. A “Un amor”, no. Porque, al parecer, y como dice esa famosa frase ya convertida en ranciofact, “el libro era mejor”. Una argumentación tan manida como aquella según la cual una película con abundancia de diálogos y una sola localización “es muy teatral”. Se me escapan las causas por las que ha sucedido este fenómeno. Sobre todo, porque «Un amor», la película, ofrece suficientes motivos para ser cuestionada sin necesidad de haber leído previamente el libro de Sara Mesa.