A finales de 2003 me topé con una novela titulada Exhibición, publicada por Alfaguara y firmada por un tipo al que no conocía de nada, pero respondía al nombre de Michka Assayas. Efectivamente, era el hermano del conocido cineasta Olivier Assayas, además de un reconocido crítico musical en Francia. Razones más que suficientes para leer un libro que, además, resultó ser estupendo y tenía más de una conexión con la cultura rock. No fue difícil contactar con la editorial y conseguir una entrevista que superó mis expectativas, ya que Michka Assayas es un hombre brillante y una máquina de fabricar titulares. Durante la conversación, que apareció en el suplemento semanal del diario Levante en septiembre de 2004, hablamos de la revolución punk, Bret Easton Ellis, Michel Houellebecq, el fin del rock y la función de la crítica.
Unos años después, en 2011, pude entrevistar también a Olivier Assayas para el mismo medio, cuando visitó Valencia para presentar su película (y serie) Carlos. Fue en el marco de la que sería la última edición de la Mostra, poco antes de que Rita Barberá decidiera fulminarla, alegando razones económicas y la degradación paulatina de un festival que entonces estaba centrado en el cine de acción y aventuras y había perdido su identidad. Es cierto que no era ni sombra de lo que había sido en los 80 y los 90, pero aún así, su extensa programación ofrecía algunos asideros al cinéfilo, como la posibilidad de conocer a un director fundamental como Assayas.
Ninguna de las dos entrevistas fue producto de estrategias de promoción. Ambas fueron resultado de mi iniciativa personal, del interés por mantener una conversación con los artistas. Editoriales, compañías de discos y distribuidoras de cine marcan las agendas de contenidos de los medios utilizando el señuelo de sus estrellas o, simplemente, a base de inversiones publicitarias, pero siempre he creído que el periodista debe saber también buscar los temas que considere de interés y proponer artículos, reportajes o entrevistas que resulten atractivos para el lector, sin que necesariamente sean el objetivo comercial de turno, lo que también permite diferenciarse del resto de publicaciones.
Rescato las dos charlas en el orden en que se produjeron: primero Michka, luego Olivier. Una y otra se complementan bien. Lo que daría por asistir a una de las reuniones de la familia Assayas…
MICHKA ASSAYAS
LITERATURA ROCK
Discípulo aventajado de Michel Houellebecq, el escritor francés debuta en el mercado literario español con la aguda Exhibición, una novela protagonizada por un excrítico musical y plagada de referencias a la cultura rock.
A la traducción (más vale tarde que nunca) de la Historia del rock de Charlie Gillett y Mystery Train, de Greil Marcus, y la reedición de Awopbopaloobopalopbamboom, de Nik Cohn, los lectores amantes del rock deben sumar la aparición de la novela Exhibición, una mirada escéptica a la sociedad actual con la que el francés Michka Assayas debuta en España.
Aunque habías publicado previamente dos novelas cortas, consideras Exhibición tu primera novela real. ¿Por qué?
Por muy poético o superficial que fuera, todo lo que contaba en esos libros era una experiencia vivida por el personaje llamado Michka Assayas, e incluso los nombres eran reales. Exhibición es una novela más libre, con elementos de diversa procedencia, no necesariamente autobiográficos.
Tu educación aparece marcada por el punk. Una vez le pregunté a Joe Strummer si había sido la última gran revolución musical y dijo que cada día había una nueva: el hip hop, la música techno… ¿Estás de acuerdo?
En términos musicales, es obvio que no fue la última, y Joe Strummer estaba en una posición mejor que la mía para decirlo. Pero en términos de revolución filosófica, estética y política, ocurrió algo irrepetible. Se produjo una disolución de cosas que parecían eternas. Se acababa el mundo tal como lo conocíamos, había un sentimiento de destrucción, no de revolución, porque eso implicaría la llegada de un nuevo orden. Era desorden, más que cualquier otra cosa.
En un momento del libro dices: «Nos empecinamos con retrospectivas, homenajes, diccionarios, en hacer revivir a aquellos en quienes sopló el espíritu, solo creamos estatuas ridículas sobre las que siempre se cagarán las palomas», pero tú mismo dirigiste en Francia un respetado Dictionnaire du rock. ¿Piensas lo mismo que tu personaje?
La respuesta más honesta que puedo darte es que, a veces, cuando me encuentro realmente deprimido, comparto todo lo que piensa este pobre personaje. Pero no veo así la vida las veinticuatro horas del día. Acepté dirigir ese diccionario porque pensaba que era un buen momento para hacer una recapitulación, para aproximarse a una historia cerrada. La historia de la música tal como la conocimos, con lo que significa para mi generación, que no solo la contempla como entretenimiento o una forma de pasarlo bien, sino como un modo de vida, es algo que empezó gente de generaciones anteriores y que, de alguna manera, ha llegado a una conclusión, a un final. Ahora es completamente diferente. De algún modo, hemos perdido la inocencia. Vivimos en un mundo enorme, con MTV e internet, que permite el acceso a la música de una manera distinta.
¿Crees que se puede catalogar Exhibición como una novela pesimista, pero con sentido del humor?
Es una definición muy buena. No creo que yo sea el único pesimista, sino que el mundo a mi alrededor lo es, resulta muy difícil encontrar gente se sienta optimista actualmente. Siempre digo que quizá sea un tanto melancólica, pero al mismo tiempo transmite el placer de ser lúcido y ver las cosas de una manera realista. Para mí, no hay tristeza en eso. Al contrario, aporta energía.
Algunos fragmentos de la novela y cierta visión del entorno me recuerdan a Michel Houellebecq, aunque sin su cinismo. ¿Estás de acuerdo?
Houellebecq abrió un nuevo camino tanto para mí como para otros escritores. Inauguró una nueva literatura en Francia, aunque suene algo pomposo. De alguna manera, es lo que sucedió en la música con los Sex Pistols, que marcaron un antes y un después. Solo grabaron unos cuantos singles y un LP, pero rediseñaron completamente el mapa. Del mismo modo, sin saber exactamente lo que estaba haciendo, Michel creó algo nuevo que demolió todo lo anterior. Después de él, era imposible seguir tratando los temas de antes. Me transmitió la ambición para escribir desde una nueva perspectiva y hablar de la manera en que la sociedad ha cambiado: en lugar de crear adultos responsables, construye adultos autodestructivos. El protagonista de Exhibición es una encarnación de eso. Es el resultado de ese mundo suicida.
Has trabajado para las revistas Rock & Folk y Les Inrockuptibles. ¿Cuál crees que es la función de la crítica rock hoy en día?
Es una pregunta difícil. La diferencia entre la época en que yo escribía y la actual es que ahora es más profesional. Antes, bastaba con ser un gran entusiasta de cierto tipo de música y podías escribir en las revistas, que eran como fanzines profesionales. No necesitabas tener una carrera, mientras que ahora el estándar ha crecido. El problema es que hay demasiadas cosas sucediendo al mismo tiempo: americana, post-rock, house… Todo ocurre demasiado deprisa, y los periodistas no hacen otra cosa que escribir artículos muy rápido que funcionan como instrumentos auxiliares de promoción. El sistema funciona así, y es deprimente.
También escribiste Les Beatles et les annes 60. ¿Fue un encargo?
Sí, lo hice únicamente por dinero y la verdad es que no me apetece mucho hablar de ello. Las fotos y el diseño eran espantosos.
¿Crees que Exhibición es una novela para iniciados? ¿O se puede disfrutar igualmente sin saber quienes son Blixa Bargeld, Brian Wilson o Joe Strummer?
Es una pregunta muy buena, porque mucha gente me ha dicho que no conocía a esos personajes y que encontraba agotador leer acerca de ellos, echándome en cara, precisamente, escribir para gente implicada en el tema. Creo que no es justo. Cuando vas al supermercado y compras leche, lo haces basándote en la marca. Vivimos en un mundo en el que somos constantemente bombardeados por nombres de cosas: famosos, marcas, publicidad, palabras en inglés no traducidas, como los títulos de las películas… Quería dar esa impresión de un mundo lleno de signos que crean una cierta mística pero que no siempre puedes descifrar.
Es lo que pasa en las novelas de Bret Easton Ellis.
Exacto, y la gente lo ve absolutamente normal porque es él y viene de Estados Unidos, pero en Francia consideran que estaba planteando un juego privado, lo cual no era mi intención en absoluto. No deseo excluir a ningún lector. En sus novelas, Patrick Modiano está citando nombres constantemente. En mi caso, es música. Pero parece que eso suena exótico.
En mi opinión, la novela también tiene una clara dimensión política, en el sentido de su posicionamiento ante la sociedad actual. ¿Era una de las premisas iniciales?
Realmente no. Si es político, no creo que lo sea en un sentido convencional. El punto de vista del personaje principal es el de alguien que ha perdido el contacto con la política, como mucha gente de mi generación, que nunca ha tenido convicciones políticas y no sigue doctrinas. Procedo de una época en que se decía que todo es político, y que aunque no tuvieras un punto de vista político, la política te afectaba igualmente. De ahí que sea muy escéptico y me haya hecho, como mucha otra gente, bastante individualista, pese a no ser especialmente feliz por ello. Quizá sea más positivo formar parte de la colectividad, de un espíritu comunitario. De alguna manera, el punk y la new wave eran eso, una comunidad, y también eran políticos, pero llegaron los ochenta y destruyeron esa actitud. Creo que es más filosófica o existencial que directamente política. Podría serlo si piensas en el hecho de que el personaje no quiere formar parte del orden social: tener un trabajo, estar integrado, ser un profesional… Quiere ser un outsider. Así pues, es político, pero de una manera bastante negativa, Este personaje, que vive en los márgenes de la sociedad y no es feliz perteneciendo a una organización profesional, puede tener una percepción muy precisa del mundo y desarrollar un punto de vista que es más relevante que el de alguien que está, como decía el marxismo, alienado. Él sabe perfectamente de lo que habla y cuáles son sus creencias. Aunque no está seguro de lo que quiere, sabe muy bien lo que no quiere y por qué.
OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS
El escritor francés no sigue la actualidad literaria rock
Aunque otros escritores han utilizado el rock como telón de fondo en sus novelas, Assayas no se muestra interesado en ellos, ni siquiera en su paisano Laurent Chalumeau, autor de Fuck. «No la he leído. Chalumeau es muy conocido en Francia, pero no puedo darte ninguna opinión sobre el libro». Y lo mismo le pasa con Alta fidelidad, de Nick Hornby. «Es que no estoy especialmente interesado en los libros relacionados con el rock. Hice el Dictionnaire du rock y acabé saturado. Me gusta como parte del background, pero en realidad no creo que sea el tema principal de Exhibición. Trato de escribir desde el punto de vista de alguien que no está obsesionado con eso, precisamente porque todo el mundo sabe que soy un especialista en el tema y que he sido crítico de rock». Del mismo modo, tampoco le interesan los músicos que han hecho sus pinitos como escritores, de Nick Cave a Stuart David (Belle & Sebastian), Ben Watt, Dee Dee Ramone o Patti Smith. «Hay tantas cosas que leer, y yo soy un lector tan lento… Ahora estoy con J. M. Coetzee. Me interesa más conocer su trabajo que el de un músico que ha probado suerte como novelista. Si encontrara una reseña que destaca especialmente una novela, por supuesto que la leería, pero no es algo que me atraiga especialmente».
UNIDOS POR JOY DIVISION
La cordial relación entre el escritor y su hermano, el cineasta Olivier Assayas
El hermano de Michka Assayas no es otro que Olivier Assayas, cuya obra cinematográfica también aparece claramente marcada por la cultura rock, desde la banda sonora que Sonic Youth compusieron para Demonlover (2002) hasta la presencia de Tricky, David Roback (Mazzy Star) y Metric en Clean (2004). «Él es tres años y medio más mayor, así que era quien traía los discos a casa. Recuerdo admirarle mucho porque fue quien me descubrió los primeros álbumes de King Crimson. Crecimos juntos y siempre hemos tenido una relación muy estrecha. A finales de los setenta y principios de los ochenta seguíamos viviendo juntos, y yo pude descubrirle discos que fueron una influencia para él, como los de Joy Division. Él no era consciente de la importancia que habían tenido hasta que yo le forcé a escucharlos». Y, años después, Olivier debutó como director con el film Désordre (1986), título de una canción de Joy Division, grupo que, además, también aparece en Exhibición. «Me impactaron muchísimo. Llegué a verlos en directo, fui uno de los escasos ochenta espectadores que acudieron al mítico concierto que ofrecieron en París en 1979 [N. del A.: La grabación fue editada posteriormente con el título Les Bains Douches 18 December 1979]. Tuvieron una trayectoria muy corta, apenas tres años, y solo fueron conocidos durante un año, porque Ian Curtis se suicidó en 1980, pero proyectaron una enorme sombra sobre la música de la década de los ochenta, en bandas como The Cure e incluso The Smiths, que también eran de Manchester. Hasta U2, que buscaron como productor de su primer single a Martin Hannett porque admiraban enormemente su trabajo con Joy Division. Y se extiende más allá de la música, porque en aquellos momentos existía la sensación de que el viejo mundo estaba agonizando en sombras, en una atmósfera oscura y depresiva, y ellos supieron encarnar esa sensación».
OLIVIER ASSAYAS
«TRABAJAR SIN RED DE SEGURIDAD ES EMOCIONANTE, PERO TAMBIÉN PELIGROSO»
El director francés, jurado del próximo festival de Cannes, visitó la Mostra para presentar Carlos, un trabajo magistral en el que se aproxima a la figura del famoso terrorista internacional.
Es uno de los más notables cineastas contemporáneos, aunque una parte de su filmografía nunca se haya estrenado comercialmente en España. El francés Olivier Assayas pasó por la Mostra de Valencia para presentar las dos versiones (serie televisiva y película para cines) de Carlos, su mirada sobre uno de los personajes más controvertidos de la historia reciente.
Carlos es diferente a cualquier otra de tus películas. ¿Cómo afrontaste el proyecto?
Me gusta reinventarme y rodar películas relacionadas con temas que no había abordado antes. Para mí, hacer cine tiene que ver con ampliar el terreno, probar cosas nuevas. En ese sentido, Carlos era un proyecto muy atractivo, porque es una película transnacional con profundas raíces en hechos reales. Me ofrecía la posibilidad de trabajar con actores de Oriente Medio, usar nuevas texturas de imagen… Y el contexto era un desafío. Trabajé sin ninguna red de seguridad: era la primera vez que rodaba con estos actores, estaba haciendo un film de acción con un presupuesto relativamente pequeño, rodando muy rápido… Fue muy emocionante, aunque también peligroso (risas).
Como en otros casos, en Carlos hablas de la confusión de la sociedad contemporánea. En ese sentido, ¿crees que tu cine podría ser calificado de pesimista?
En la sociedad moderna existen pocas razones para ser optimista. Todo se está moviendo en direcciones extremadamente perturbadoras. Vivimos en un mundo materialista, hemos perdido los valores morales, el poder de las grandes corporaciones llega a todas partes… Es aterrador. Y la gente cada vez reacciona menos, aunque le estén arrebatando las libertades a diario. De alguna manera, la sociedad moderna va ganando en confort, pero, al mismo tiempo, eso conlleva una alienación que se traduce en desarraigo cultural. Si haces cine, debes ser socialmente responsable, tener los ojos abiertos, mirar lo que tienes delante y exponer las cosas de algún modo, aunque la gente crea que no le conciernen. Yo intento representar la evolución de la sociedad en tiempo real. En Carlos hablo de cosas que sucedieron hace una generación, pero hay situaciones actuales que son iguales, como la conexión entre estado y terror, en términos de cómo el estado utiliza el terror y cómo el terror es un elemento de la geopolítica moderna. Era algo relevante entonces, y lo es hoy.
Hablas de transformaciones políticas, pero Carlos, que provocó un debate en Cannes sobre su adscripción cinematográfica o televisiva, también es un ejemplo de que suceden transformaciones en las formas estéticas. Demonlover (2002) ya propuso una interesante reflexión sobre los nuevos lenguajes, e Irma Vep (1996) aludía directamente al cine experimental. ¿Dónde se sitúan hoy en día esas rupturas? ¿En el net.art?¿En el videoarte?
Internet, el videoarte y las instalaciones son cosas diferentes. La gente ha aceptado que las películas ya no son el único formato en que puede relacionarse con las imágenes. Yo soy muy básico en lo que concierne a la relación entre el cine convencional y el experimental. De hecho, creo que el cine experimental utiliza las mismas herramientas que el cine narrativo. Es algo que está ocurriendo. Si ves algunas películas de Stan Brakhage de finales de los cincuenta, descubres que su modo de rodar no está tan lejos de lo que hace ahora gente como Michael Bay, cuando hace sus films de acción: lentes de larga distancia, autofocus, estructura fragmentada… De algún modo, el cine experimental ha sido absorbido por el cine narrativo. El mundo de las imágenes se ha expandido, ha abierto nuevos espacios, pero al final, por lo que a mí respecta, la experiencia del cine está relacionada con sentarse en una sala y ver una historia y unos personajes con los que te relacionas y te sientes involucrado. El reto es encontrar más formas experimentales.
En ese sentido, algunos de tus films, como el citado Demonlover o Boarding Gate (2007), transforman el espacio en algo abstracto, de un modo similar a New Rose Hotel (Abel Ferrara, 1998) o Mulholland Drive (David Lynch, 2001). ¿Estás de acuerdo?
Lo que tienen en común esas películas es el uso poético del lenguaje del cine convencional. Iba a utilizar el término subvertir, porque de algún modo es lo que hacen. Mulholland Drive toma el formato y los elementos del cine clásico para hacer algo completamente diferente con ellos. Utiliza juegos de espejos, hace dudar al espectador sobre si lo que está viendo es realidad o fantasía, explora nuevos territorios para el cine usando el lenguaje clásico. Lo mismo que Abel Ferrara, y que yo intenté en Demonlover y Boarding Gate, que, en mi opinión, está más relacionada con la poesía, la abstracción y las emociones que con el thriller. Tiene que ver con un mundo onírico, donde no está demasiado clara la frontera entre lo que es real y lo que no lo es. Es emocionante visitar ese territorio.
Otro lenguaje artístico siempre presente en tus películas es el de la música. Escribiste en la revista Rock & Folk, las canciones siempre juegan un papel importante en tus films y hasta encargaste la banda sonora de Demonlover a Sonic Youth.
No me gusta la idea de que los músicos se involucren en el proyecto cuando la película está terminada. Debe ser un proceso orgánico. Como me encanta Sonic Youth y ellos entienden el modo de aproximación a la música en mis películas, trabajamos perfectamente. Decidimos hacerlo juntos, así que les mandé el guion y las primeras imágenes rodadas. Al final de cada semana, nos íbamos intercambiando el material que teníamos. Su música, mis imágenes. Yo, por mi parte, le mostraba lo que me mandaban a los técnicos y actores, para que tuvieran noción del clima que estábamos creando. Fue una interacción emocionante. Les pedí también ruidos y cualquier cosa que pudiera introducir en el diseño de sonido de la película, porque no quería barreras entre el diseño de sonido y la música.
¿Qué importancia ha tenido la cultura rock en tu trayectoria? Incluso tu primer largometraje, Désordre (1986), está inspirado por Joy Division.
Cuando era adolescente, y también ahora, la cultura rock ha sido mucho más inventiva y ha estado más conectada con el mundo moderno que el cine. Crecí escuchando música y leyendo prensa musical, siendo amigo de músicos, así que es la cultura de la que procedo. Siempre he pensado que el cine era igualmente profundo, porque también aborda temas esenciales, pero lo hace de manera retroactiva. En términos de pensar el mundo moderno y capturar el momento y los cambios culturales, el cine siempre ha ido dos o tres años por detrás de la música, que captura esos cambios cuando están ocurriendo, incluso en lo que se refiere a las nuevas tecnologías, que llegan antes a la música: modos de grabar, digitalización… Es mi lenguaje, y siempre he tenido la aspiración de trasladar la energía y la carga poética de la música al mundo del cine.
Tengo entendido que ya estás trabajando en una nueva película, titulada Après mai (Después de mayo). ¿Es así?
Rodaré a finales de junio. Es un film más pequeño, sobre adolescentes en los años setenta, y baraja bastantes elementos autobiográficos, política, música… La gente tiene una visión muy simplificada de la década, que fue más creativa de lo que se cree. Por eso quería hacer una película que lo mostrara. Y después de Carlos buscaba algo más abstracto, personal y conectado con la juventud.
¿Que haya parte de contenido biográfico significa que también involucra a tu hermano Michka?
No es tan específico como para decir que está basado en nuestras vidas. Y hablo de una época en que él era muy joven. Nos llevamos casi cuatro años, y a esas edades, es una diferencia muy grande. Pero hay algunas cosas que le resultarán familiares cuando vea la película (risas).
Foto de apertura: Olivier Assayas en la Mostra de Valencia 2011. © García Poveda ‘El Flaco’