La primera vez que tuve a Björk delante no podía imaginar que se convertiría en una de las artistas más singulares, originales e imaginativas de las décadas siguientes. Corría 1989 y ella era todavía Björk Guðmundsdóttir, una de las integrantes de The Sugarcubes, el grupo que había puesto a Islandia en el mapa de la música pop. Hacían escala en Valencia para presentar en directo Here Today, Tomorrow Next Week!, su segundo álbum, y aproveché para hacerles una entrevista que apareció en Cartelera Turia. Poco podía sospechar que solo cuatro años más tarde revolucionaría la escena musical con Debut, su estreno como solista. En realidad, la precoz cantante ya había grabado un disco a su nombre en 1977, cuando solo contaba 12 años, pero no había tenido repercusión fuera de su país.
Mucho tiempo después de aquel primer encuentro, en agosto de 2001, volví a hablar con ella, esta vez para el suplemento Neo, del diario Levante. El motivo fue la publicación de Vespertine, su cuarto LP. Por entonces era una estrella mundial, que venía de protagonizar la película Bailando en la oscuridad a las ordenes de Lars von Trier.

BJÖRK

MAGIA BLANCA

Han pasado cuatro años desde Homogenic, el anterior disco de Björk. La cantante islandesa pasó la mayor parte de ese tiempo literalmente inmersa en el universo del realizador danés Lars von Trier, a cuyas órdenes trabajó en Bailar en la oscuridad, una experiencia cinematográfica que le reportó el prestigioso premio de interpretación femenina en el Festival de Cannes, pero también la dejó emocionalmente exhausta. En el plano musical, Selmasongs, la banda sonora del film, atenuó la impaciencia de una escena que había personificado en la menuda y frágil vocalista una de las escasas vías de escape del permanente callejón sin salida en que lleva años sumergida, gracias a la extraña y fascinante combinación entre humanidad y maquinismo desarrollada en sus anteriores discos.

Ahora, Vespertine ratifica su voluntad de mantenerse en un universo sonoro propio, singular, y ya característico, pese a que ella prefiere establecer claras distancias con su obra precedente. «Este disco marca mi madurez. Es un paso adelante en un nuevo territorio, y en ningún caso es una continuación de mis anteriores trabajos», comenta para acentuar las novedades de un álbum que, efectivamente, marca una frontera en su trayectoria, pero al mismo tiempo habría sido imposible sin todo su bagaje previo.

A menudo, su imagen fría y sus eventuales pataletas han convertido a Björk en un cliché que dista bastante de la realidad. A punto de cumplir 36 años, la islandesa se muestra pletórica con su nueva criatura, bromea e incluso se emociona abiertamente cuando habla de la espectacular gira que le espera. «Las actuaciones en teatros suponen algo muy especial para mí, por la puesta en escena que se creará en ellas. Habrá una orquesta sinfónica, un coro de niñas esquimales y músicos acompañantes: arpa y un nuevo instrumento creado ex profeso. También contaremos con el apoyo de algún DJ».

Vespertine es un disco intimista. ¿Por qué, entonces, ese despliegue de medios en los conciertos?

Creo que cuando trabajas con cierto nivel de introversión y lo disfrutas realmente, acaba por convertirse en lo contrario, en algo que se hace universal, y la música que estás escuchando en tu corazón deja de ser un susurro y se convierte en coros exuberantes. Quizá todo sea cuestión de ego. Desde luego, resulta contradictorio hacer un disco intimista y tener a tanta gente contigo, pero a nivel puramente sonoro, el coro y la orquesta están implicados en proyectar ese ego.

En alguna ocasión has dicho que este disco era como una liberación de Selmasongs.

Sí, sin duda, porque Selmasongs fue un trabajo muy duro y una experiencia única, pero necesitaba poder avanzar en mi carrera. Vespertine es el paso definitivo.

¿Consideras, entonces, que fue un puente necesario para llegar hasta donde estás ahora?

Claro. Estoy muy orgullosa de Selmasongs. Es mi música, y escribirla, grabarla con los músicos, mezclarla, es un proceso con el que disfruto mucho. Además, como había pasado también en Homogenic, me permitió investigar con las posibilidades de mi voz.

¿Cómo ha sido la grabación?

Se realizó en diferentes sitios. Comencé en España, en Málaga, uno de mis lugares favoritos; después continué en Londres y Nueva York, donde estoy viviendo desde hace un año. Me ha gustado la experiencia de grabar canciones en lugares tan variados, porque cada uno me aporta un feeling diferente.

Homogenic era un disco que se proyectaba hacia el exterior, mientras que Vespertine parece replegarse sobre sí mismo. ¿Estás de acuerdo?

Sí, es una buena forma de definirlo. Homogenic era extrovertido, mientras que esta vez he preferido situarme en el lado opuesto: mostrar que uno de los mejores lugares del mundo puede ser tu propia habitación. De hecho, el primer título que barajé fue Domestika. Compuse la mayoría del material únicamente con la ayuda de un ordenador portátil y abordo pequeños placeres caseros que deseaba compartir con la gente. Por eso he escogido locales tan especiales para esta gira.

Tanto en los conciertos como en el disco, los coros han adquirido gran protagonismo.

Es cierto. En directo me acompañan quince chicas que seleccioné personalmente. Tenía claro que no quería un coro tradicional, porque siempre es fácil detectar su procedencia geográfica, ya que cada uno posee sus propias especificidades a la hora de cantar, así que cuando estaba de vacaciones en casa, puse un anuncio en el periódico buscando chicas. Fui de un pueblo a otro probando a las que contestaron y formaron el coro. Algunas ni siquiera habían salido nunca de allí, y dos semanas antes de la gira tuvimos que prepararles visados.

La utilización de las cuerdas también ha cambiado.

Sí, en Homogenic estaban en primer plano, tenían su propia personalidad, pero cuando empecé a escribir las canciones de Vespertine de inmediato tuve claro que esta vez las cuerdas no debían estar tan próximas, sino situarse detrás, ser más panorámicas, como un paisaje, para que las voces tuvieran mayor protagonismo.

Repites con muchos colaboradores a nivel musical, como Mark ‘Spike’ Tent y Marius de Vries, pero en los textos trabajas por primera vez con el director de cine Harmony Korine. ¿Cómo ha sido la experiencia?

Nos conocimos hace unos cuatro años y surgió una amistad entre ambos que yo sabía que tarde o temprano se vería reflejada en el trabajo. Surgió de un modo natural. Es algo que me ocurre a menudo. Conozco a alguien, y años después volvernos a vernos o me visita, y acabamos colaborando artísticamente.

¿Qué música escuchas actualmente?

Material orquestal, Matmos, Oval…El noventa por ciento de lo que oigo es realmente oscuro. Cosas como un tipo que hace música con cinco insectos y solo ha publicado cinco copias de su CD en todo el mundo. Escucho mucha música abstracta, basada en ruidos, narrativa, con texturas electrónicas, aunque creo que mi papel consiste más en ser una narradora en situaciones abstractas.

¿Te sientes cómoda en tareas de promoción?

Bueno, es cuestión de lograr un equilibrio entre hacer música y hablar sobre hacer música, lo cual es complicado. Respeto a la gente que se muestra puritana en este aspecto y prefiere no conceder entrevistas. Pero, en mi caso, cuando publico un nuevo trabajo, me parece importante hablar de él.

¿Sigues siendo la enfant terrible que se desgañitaba al frente de The Sugarcubes?

Considero que con este disco he abandonado para siempre esa imagen de niña o enfant terrible, y una forma de demostrarlo son las actuaciones en teatros.

El único concierto de The Sugarcubes en Valencia tuvo lugar en Arena Auditorium, el 8 de noviembre de 1989. Ese mismo día, por la tarde, me acerqué a la zona de backstage para entrevistarlos. Y lo que me encontré fue a una troupe que parecía funcionar como una comuna hippie, que viajaba con sus hijos (algunos correteaban felices a nuestro alrededor) y celebraba la oportunidad de recorrer mundo gracias a sus canciones. Björk estaba a punto de cumplir 24 años, yo tenía 22 recién estrenados. Manuel Noguera les hizo fotos encaramados en la estructura metálica de un puente de luces que los operarios de la sala habían depositado allí y de inmediato comenzó una charla en la que contestaban uno u otro según les apeteciera, de ahí que no se especifique en el texto quién lo hacía cada vez. El artículo apareció en una Cartelera Turia que, como he señalado en otras ocasiones, era muy distinta a la actual. Aquel número, por ejemplo, llevaba en portada a The Angelopoulos, protagonista de una entrevista de 4 páginas, y contenía otras con el cineasta checo Jiří Menzel y el artista estadounidense Jerry Kearns, además de textos de Alfons Cervera, Ignacio Carrión y Juan Miguel Company, así como las críticas semanales de cine, teatro, música en directo y exposiciones. Nada mal para tratarse de una guía del ocio cultural de carácter generalista.

 

THE SUGARCUBES

EL GRUPO QUE SURGIÓ DEL FRÍO

La aparición del LP Life’s Too Good durante 1988 supuso un auténtico revulsivo dentro del anquilosado mundo de la música pop. Con él, The Sugarcubes se convertían en el primer grupo islandés que sobrepasa sus fronteras naturales para alcanzar un éxito totalmente inesperado (300.000 discos vendidos en Estados Unidos). Acaba de editarse Here Today, Tomorrow Next Week!, su nuevo trabajo a 33 rpm, en el que los cambios no son sustanciales, pero que lleva camino de repetir el fenómeno. Estas son sus opiniones sobre el éxito, la música pop, la cultura, etc.

Ser islandés y tener éxito

«La primera vez que vinimos a España, el año pasado, solo nos preguntaron cosas acerca de Islandia. Nuestra cultura es la misma que la de toda Europa, somos bastante normales (risas). Nos desconcertó el éxito obtenido con nuestro primer LP, pero ahora ya no nos sorprendemos de nada, porque vivimos aislados, y esa es una de las causas de que seamos diferentes a grupos de otros países. Es un privilegio vivir en una isla, porque debes buscar otras cosas fuera. Estados Unidos es tan grande que los americanos no tienen que salir, ya que se creen el mundo mismo, autosuficientes, pero nosotros dependemos mucho del mundo exterior, y eso es muy bueno».

La situación musical islandesa y los Sugarcubes

«En Islandia no existe una tradición musical. En el año 1.000, la Iglesia Católica prohibió toda música y baile, considerándolos pecado, y n había más que tradición de recitado poético. Ahora, evidentemente, las cosas están mejor. En el 81/82 se acabó el movimiento de la new wave, pero en los últimos años se han formado muchos nuevos grupos. Solo en Reikiavik hay ahora entre 50 y 100 grupos de rock».

Here Today, Tomorrow Next Week!

«La principal diferencia de un disco al otro es que desde que Magga comenzó en el grupo [se refiere a Margrét Örnólfsdóttir, que no participó en el primer ábum] hemos compuesto las canciones con teclados. También ha cambiado la producción, pues el primer disco se realizó durante catorce meses, mientras que el nuevo lo grabamos en tres, aunque tardamos bastante en mezclarlo. Además, esta vez lo hemos hecho todo en el mismo estudio, y la primera vez utilizamos varios. Es más agradable grabar en poco tiempo, el resultado siempre es más espontáneo. En cuanto a las letras, en este nuevo trabajo pretendemos contar menos historias y hablamos más de comida, plásticos, etc.»

Mal gusto y pop

«Tenemos una editora en Islandia llamada Bad Taste (Mal Gusto), con la que hemos publicado discos de cuatro o cinco grupos representativos de la música independiente islandesa. También hemos editado libros y el director de nuestros clips prepara un cortometraje que distribuiremos. Precisamente nuestra intención al formar The Sugarcubes fue producto del deseo de que hubiera un grupo pop en Bad Taste».

Ser diferentes

«Aunque mucha gente dice que nuestra música es muy diferente de todo lo demás, es muy normal, es solo pop. No queremos influencias, la única que reconocemos es la música que no nos gusta, la bazofia que se escucha por la radio. Queremos evitar hacer esa música, buscamos algo distinto. No estamos de acuerdo con las comparaciones con Siouxsie o The B-52’s. En el sentido de que tenemos dos cantantes que se alternan, sí, pero la música es diferente».

 

Foto de apertura © ZUMA Press, Inc. / Alamy