Entrevista con John Lydon

Entrevista con John Lydon

Entrevista aparecida en Urban, suplemento del diario Levante, en julio de 2015

 

Es el mayor de los tópicos, pero es innegable que en el presente caso se cumple: el legendario John Lydon no necesita presentación. Desde los tiempos en que era conocido como Johnny Rotten y encabezó la revuelta punk inglesa al frente de los Sex Pistols hasta el momento presente, en que sigue liderando PiL (Public Image Limited), ha sido una de las figuras más carismáticas y controvertidas de la escena musical mundial. «He tenido el raro privilegio de haber formado parte de dos de las mejores bandas de la historia», comenta sin falsa modestia, consciente de que no exagera: si con la primera dinamitó el rock de los setenta, con la segunda abrió puertas que siguen cruzando innumerables músicos actuales. Lydon se pone amablemente al teléfono en Los Ángeles, ciudad donde reside desde hace ya varios años, para hablar sobre La ira es energía, un jugoso libro de memorias editado con puntualidad en España por Malpaso Editorial (la versión original inglesa es de 2014), y también sobre What the world needs now…, el décimo álbum de PiL, que se pondrá a la venta en septiembre. «He estado muy ocupado durante el último año», explica con voz fuerte y rotunda.

La ira es energía, ¿es una reacción a libros como England´s dreaming, de Jon Savage, o la autobiografía de Jah Wobble, exmiembro de PiL? ¿Se trataba de dar su versión de los hechos?

Mi intención era rellenar los huecos del puzle de mi vida que aún no eran de dominio público. Sentía que necesitaba explicar por qué he hecho lo que hecho, y para conseguirlo, tenía que regresar a las experiencias de mi infancia, de las que nunca había hablado con tanta extensión. Respecto a esos libros que mencionas, son basura. Soy inmune a los sinsentidos que otra gente escribe sobre mí.

Vuelve sobre algunas cuestiones relacionadas con Sex Pistols, pero diría que no es una secuela de No Irish No Black No dogs, su primer libro autobiográfico. ¿Está de acuerdo?

Cuando sacas un libro, te das cuenta de que hay piezas que has dejado fuera, y que tendrás que volver para rellenarlas después. Trato de mejorar constantemente la información.

¿Cómo ve aquel libro ahora?

Cuando salió me gustaba, pero la imagen no era completa, había más cosas que contar. Era mi obligación moral compartirlas para entender completamente cómo es esa criatura que apareció una mañana como un anarquista, y todas las experiencias de una vida que contribuyeron a crear mi personalidad. Así es como soy, y por eso no tolero a los mentirosos. Es algo fundamental para mí. Quizá haya un nuevo libro, que hablará, por supuesto, de mi situación actual, y que no tendrá que ver con los anteriores porque todavía no ha ocurrido. Cuanto más vives, más tienes que contar.

Leyendo el libro, sorprende la facilidad que tiene para reírse de sí mismo.

Es algo que debes saber hacer si tienes la intención de vivir mucho tiempo en este planeta. Nos tomamos demasiado en serio. Siempre he encontrado más sabiduría en los cómicos que en los filósofos. La comedia siempre ha sido una parte importante de mi vida. De joven, durante mi formación, vi muchas comedias chifladas británicas. Eran interesantes por el desarrollo de los personajes y por su individualismo, que considero una herramienta esencial en la vida.

De hecho, llegó a comparar a los Sex Pistols con un espectáculo de vodevil.

¡Claro! Fue muy importante en mi educación, como integrante de la clase trabajadora. Los pubs eran nuestros night clubs, los sitios donde veíamos música en directo y shows cómicos. La gente actuaba allí. Algunos de ellos iban borrachos. Otros, no [risas].

No le duelen prendas a la hora de hacer comentarios duros sobre colegas de profesión como The Clash o Eric Clapton.

No creo que sea duro o desagradable, es solo mi honesta opinión sobre determinados asuntos. The Clash eran muy buenos amigos míos, pero eso no quiere decir que me tuviera que gustar su música. Y lo de Eric Clapton está relacionado con las drogas. La heroína ha sido siempre un problema serio en la industria musical, así que tengo una opinión negativa sobre la gente que se abandona a ella. Tiene que ver con la autocompasión, porque no resuelves los problemas. Comento estas cosas, pero no es nada personal. Si a la gente le sirven mis ideas, estupendo. Lo que quiero decir es que puedo aprender de los errores de los demás, del mismo modo que otros pueden aprender de los míos. Por eso, en muchos sentidos, se puede decir que este es un libro de autoayuda.

Y de humor. Los capítulos sobre sus programas televisivos son muy divertidos.

El humor forma parte de mi cultura. Tengo raíces irlandesas, y para nosotros siempre fue muy importante aprender a reírnos en los funerales y llorar en las bodas. Tener control sobre las emociones y entenderlas es muy valioso. Por ejemplo, yo entiendo la aflicción excepcionalmente bien, porque he tenido mucha, pero nunca he permitido que me derrotara. Lo que pone en mi pasaporte en el renglón destinado al trabajo es entertainer. Entiendo la vida como una comedia excepcional, un gran regalo.

En el libro también queda claro que no siempre le ha sido fácil salir adelante ni personal ni artísticamente. ¿Fue doloroso el proceso de escritura?

Mucho. Porque tienes que ser muy autocrítico. Cada día en mi vida es un reto en ese sentido. Tengo que saber lo que hago. No hago nunca nada sin pensarlo antes. Siempre existe un propósito para lo que hago. No creo en la moral, a causa de su vertiente religiosa, pero sí en los valores. Y hay que mantener la integridad, tratar a la gente abiertamente y ser honesto. Es difícil, pero es la razón por la que puedo sonreír. Déjame que te cite a Shakespeare: «Debes sonreír ante el rostro de la adversidad». Es lo que hago. Por eso no me autocompadezco. Una de las grandes lecciones que me dieron mis padres fue no revolcarme en la autocompasión. No lamentarte por quién eres.

Éste soy yo, lo tomas o lo dejas.

Exacto. Yo no hago daño a nadie. Pero si quieres juzgarme, hazlo en función de mi vida completa, no solo a través del personaje que han creado los medios. 

Una buena parte del libro está dedicada a PiL. Es increíble la cantidad de dificultades que han rodeado siempre a la banda. ¿Nunca estuvo tentado de tirar la toalla?

Nunca. Soy implacable. Sé cuándo estoy haciendo lo correcto, y no hay razones que puedan pararme. Es algo que siempre he tenido claro. Soy escritor de canciones, y nunca dejaré de serlo, pese a los obstáculos que pueda encontrar. Esos obstáculos, o los problemas financieros, son minucias comparados con la imagen completa. Trato de vivir el máximo tiempo posible, así que ya no tengo la urgencia de los 21 años. Ahora no creo en las prisas, sino en la paciencia. Y la honestidad y la integridad son cosas que requieren tiempo. No me veo como una estrella pop, sino como un músico folk, más preocupado por la calidad de las canciones que por el tamaño de mi ombligo.

La formación actual de la banda es bastante sólida. ¿Con qué objetivos entran en el estudio?

Las canciones siempre deben ser un reflejo preciso de los sentimientos expresados, casi de manera física. Las palabras deben estar en sintonía con las ideas que contiene la música. Lo que buscamos es difícil, pero disfrutamos mucho grabando. No componemos canciones, sino que creamos tapices, no solo para nosotros, espero que también para el oyente. Siempre estamos abiertos a nuevas ideas.

El nuevo disco de PiL se titula What the world needs now… Supongo que es un juego de palabras, pero en Shoom canta: What the world needs now is another fuck off (Lo que el mundo necesita ahora es otro ¡A la mierda!)

Ambas cosas están ahí, tienes razón, pero hay algo más. El título lleva puntos suspensivos. Es una frase inacabada. Y lo que le pido al oyente es que la rellene a partir de su propia perspectiva individual en la vida. No tengo todas las respuestas, no puedo acabar esa frase solo. Se trata de una pregunta abierta. 

¿Fue el punk rock el último ¡A la mierda! en la música?

Bueno, fue el mío, y todavía sigo aquí [risas]. Es una canción que hace referencia a mis inicios. Los mismos problemas siguen ahí. Cuestionar el poder y tratar de echar abajo las instituciones que nos mantienen prisioneros es una tradición de siglos. Siempre he sido un rebelde. Mis padres lo fueron, y sus padres también. Desde que el hombre fue creado. Las normas son para los tontos. ¿Pero pautas? Sí, por favor. Me gusta tener pautas, pero no leyes. Y si las leyes no tienen sentido, es necesario cambiarlas. Eso es lo que hace Johnny. Cambio las reglas. Siempre en busca de mejorar. Pero no le he hecho daño a nadie en mi vida. No podría matar una mosca.

Tras muchos años de bregar con diferentes sellos, PiL tiene ahora el suyo propio. ¿Es la mejor opción?

Desde luego. Al principio, las compañías de discos me hicieron muchos favores, aunque también me han creado todo tipo de problemas terribles. Pero sobreviví. La lucha por mantener la integridad ha sido muy dura, aunque quizá la gente no sea consciente de ello. Tenemos distribuidores en cada país. Es un trabajo muy duro, ocupa casi las 24 horas cada día, nunca te libras de él, pero estamos haciendo lo que queremos. No dañamos a nadie, no robamos, no pretendemos falsear nuestra imagen y tratamos de ser lo más honestos posible a la hora de ofrecer material de alta calidad para su reproducción en vinilo. El vinilo es el mayor tour de force para nosotros, es mi formato favorito. En PiL jugamos con la disonancia, los logaritmos rítmicos, y eso a veces se pierde por la baja calidad que ofrece la reproducción digital, que es inaceptable.

Sorprende que, pese a los innumerables cambios de formación de la banda, el sonido de PiL se mantenga tan puro, tan inmutable, tan incorruptible. ¿Cómo lo consigue?

Porque creo en lo que hago. A estas alturas han pasado por el grupo 49 personas, una cantidad enorme de gente, pero todos ellos han hecho también cosas magníficas por su cuenta o con otras bandas. Para mí, eso es increíblemente gratificante. Algunos de ellos, por supuesto, no me soportaban, pero eso era incluso mejor [risas]. ¿Por qué? Ayudo a la gente. Es lo que he hecho siempre. Incluso cuando era un niño enfermo, tenía que cuidar a mis hermanos pequeños. Es un instinto natural. Y nunca espero gratitud por ello. Lo que hace PiL es eso, ayudar. No es parte del problema, sino de la solución. He traído a PiL gente de la que nadie había oído hablar antes, y los he tratado con el respeto que merecían. No a todos, porque el mundo es imperfecto, pero sí a la mayoría. Eso me hace sentir muy orgulloso.

En el libro que acaba de lanzar comenta que la música actual le suena falsa. ¿Necesita el rock otra revolución?

Me refiero a eso que llaman new age o world music, que mezcla elementos de diferentes culturas para crear algo grosero, tedioso y mediocre. Lo veo inútil. Me encanta la diferencia, creo que es precisamente lo que nos une, pero hay otras maneras de aproximarse a culturas diferentes.

Tampoco parece que le guste el hip hop, aunque Joe Strummer lo consideraba tan revolucionario como el punk.

En vez de crear algo propio, la música moderna está usando masivamente el sampling. Y luego cantan alguna cosa por encima. Es muy decepcionante. Un fraude. De hecho, escucho constantemente ritmos de PiL en las bases de multitud de discos de rap. ¡Es retorcido! Estoy a favor de compartir, pero no de anular el mensaje original. Me influencia mucho lo que hacen otros artistas, pero no copio directamente. Eso es sabotaje. Y es lo que hacen muchos raperos. Y puedo decirlo porque yo estaba allí cuando se originó la cultura hip hop, hice un disco maravilloso con Time Zone, la banda de Afrika Bambaataa, titulado World destruction. Sabíamos que iba ser algo grande, pero no que se convertiría en un fenómeno tan violento y egoísta. Hoy en día, el rap se resume, básicamente, en vender: ropa, joyería, accesorios… No hay futuro en eso. Solo se trata de colocar un producto.

¿Se arrepiente de algo?

Hay veces en que vuelves a un disco y piensas que podrías haber hecho las cosas de otro modo, o haber limpiado alguna cosa en la mezcla final. Pero en términos generales, no, porque el sentido común siempre prevalece. Cuando miro hacia atrás y evalúo mi vida, creo que tomé las decisiones correctas en cada momento. Por supuesto, le he dicho cosas muy feas a la gente en el pasado, y es difícil superarlo, pero soy el tipo de persona que se disculpa si comete un error. Tuve que hacerlo con mis padres. Siempre hay sentimiento de culpa en tu vida, nunca estás totalmente libre de culpa. Y a veces me he tratado muy duramente. No hay nada que alguien pueda decir sobre mí que yo no me haya dicho antes.

¿Es una forma de autodefensa?

No, de autotortura. Ten en cuenta que perdí la memoria entre los siete y los ocho años, cuando salí de un coma. Y hasta cuatro después no la recuperé, así que tuve que aprender a analizarme a una edad muy temprana para entender quién era exactamente. Fue muy doloroso, pero agradezco que me ocurriera, porque me permitió prepararme para la vida. Ahora tengo la suerte de estar rodeado de gente que me avisa si hago algo mal, y me permite cambiar. Lo considero todo un logro.

Entrevista con Agnès Varda

Entrevista con Agnès Varda

Entrevista originalmente aparecida en Cartelera Turia, el 9 de noviembre de 1998

 

A sus setenta años, Agnès Varda es capaz de desplegar una vitalidad desarmante. Coincidiendo con la restauración de su film Le bonheur (1965), proyectado en la pasada Mostra y en la Filmoteca Valenciana, paso varios días por la ciudad, durante los cuales derrochó amabilidad y demostró, como dice el tópico, tener la cabeza muy bien amueblada. Precursora de la nouvelle vague, primera mujer considerada autora cinematográfica en Francia y feminista comprometida, recibió a Turia tumbada sobre su cama del Hotel Excelsior, en un receso entre dos de las múltiples actividades que llevó a cabo durante su estancia en Valencia. «Es que llevo varios días andando y necesito descansar las piernas», explica en tono campechano mientras se ajusta las gafas.

Su primera película, La pointe courte (1955), está considerada un antecedente de la nouvelle vague. ¿Imaginaba su repercusión posterior?

Evidentemente, no. Y la primera razón es que cuando dirigí por primera vez, yo solo había visto siete u ocho películas en mi vida. Eso era lo que me diferenciaba completamente de los demás directores de la nouvelle vague y del grupo procedente de Cahiers du Cinéma, que eran ratas de filmoteca. Yo tenía una formación eminentemente teatral y museística, basada en la historia del arte. Para mí el cine era un medio expresivo nuevo y original. La nouvelle vague significó el reconocimiento del director de cine como autor, responsable pleno de la obra. Antes hubo autores, naturalmente, pero nosotros reivindicamos la idea de un cine libre. Y barato, porque la libertad siempre tiene un precio. Rodamos la película en cooperativa, como luego harían Godard y otros. Todo el mundo colaboraba, era una aventura.

¿Recuerda la crítica que le hizo Truffaut cuando se estrenó?

Sí, era muy mala. Le chocó mucho una película tan abstracta. Varios años después, reconoció que se había equivocado y no había entendido nada cuando la vio por primera vez. Un crítico de Le Monde dijo que yo había hecho una película del mismo modo en que durante las vacaciones otras chicas se dedican a tricotar, por capricho. Tres años después, también se excuso públicamente.

Lo cual reafirma la idea de que su cine se avanza a corrientes posteriores, como también demuestra Sin techo ni ley, ganadora del León de Oro en Venecia en 1985 y adelantada a la ola de cine social europeo posterior.

Sí, especialmente sobre chicas jóvenes y sin recursos. Como La vida soñada de los ángeles, la película de Erick Zonca cuyas protagonistas (Elodie Bouchez y Natacha Regnier) han ganado el premio de interpretación en el último Festival de Cannes. La sociedad contemporánea se ha dado cuenta de la cantidad de gente si casa que existe en el mundo. Es un tema muy importante. Pero es cierto que cuando hice Sin techo ni ley ni los medios ni el cine hablaban del tema.

¿Como cineasta se considera, por tanto, testigo de su tiempo?

Sí, pero no desde un punto de vista sociológico, sino artístico. El artista tiene una especial sensibilidad para ver las cosas, pero desde un punto de vista emocional, nunca estadístico. La chinoise, de Godard, también se avanzó un año a la revolución estudiantil francesa del 68. Ocurre a menudo que la conciencia colectiva viene precedida por alguna manifestación artística. Pero se trata de hechos accidentales. En ese sentido, puede afirmarse que soy testigo de mi tiempo, pero solo de una pequeña parte. A veces digo que lo que hacemos es etnología espontánea.

Con el añadido, en su caso, de una comprometida visión feminista.

Sí. Hay muchos estudios sociológicos sobre la mujer realizados por hombres, pero las mujeres viven los datos de esos estudios en sus propias carnes. Creo que fui una de las primeras directoras en hacer cine de autor. Ahora, en Francia, hay unas veinticinco. Aunque cuando empecé estaba prácticamente sola, creo que mi trabajo ha servido a otras mujeres. Pero no se trata de hacer cine militante, quizá con la excepción de Una canta, otra no (1977), en la que una de las protagonistas lo es, y este hecho marca automáticamente toda la película. En los años sesenta, el colectivo feminista encolerizado con los padres, los mandos, los jueces, los curas, los legisladores, los médicos… y me di cuenta de que era más interesante expresar su fuerza vital, su necesidad de amistad, porque siempre se ha dado una imagen de la mujer en relación con los hombres. Pero he hecho muchas películas diferentes, como Jane B par Agnès V. (1988).

Que es uno de los múltiples films suyos que no llegó a España.

Lo sé, es una pena, porque Jane Birkin estaba magnífica. El film es un retrato cinematográfico imaginario. Cuando un actor muere y se hace un reportaje televisivo sobre su carrera, suelen aparecer imágenes de sus interpretaciones para apoyar los comentarios. Jane B. era como uno de esos reportajes, pero totalmente inventado, porque aparecían secuencias de películas que Jane Birkin nunca había hecho. Era todo falso, pero fue una forma de proyectarla en múltiples papeles diferentes, que hizo estupendamente.

Justo después hizo Kung-Fu Master (1988), también inédita en España.

También la interpretó Jane Birkin, y fue la primera vez que trabajé con una idea que no era originalmente mía. Fue ella la que me sugirió el argumento, porque me dijo que deseaba hacer el papel de una mujer enamorada de un joven de 14 o 15 años. Me pareció interesante y escribí el guion. Ella tiene 40 años y se enamora de un adolescente, pero el joven, a su vez, está enamorado de un videojuego llamado Kung-Fu Master, cuya temática consiste en liberar a una joven atrapada. Me insatisface que estas películas no hayan podido verse en España.

La que sí se estrenó, y resultó ser un éxito, fue Cleo de 5 a 7 (1961), un título fundamental por su tratamiento del tiempo cinematográfico.

Mi intención era trabajar con tiempo real y con una geografía igualmente real. Ya existía una película rodada utilizando el tiempo así, Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), pero era un film que presuponía un principio de ubicuidad, porque aunque el tiempo era correlativo, los escenarios cambiaban. Mi idea, en cambio, era no separar nunca la cámara de la protagonista, seguirla. El tiempo es regular, como un metrónomo, pero cada persona lo vive a un ritmo distinto. Si estás diez minutos con alguien que te gusta, te parece que solo ha transcurrido uno, mientras que si estás esperando a alguien, dos minutos se convierten en veinte. Ese tiempo de carácter subjetivo es el que traté de captar y compartir con el espectador en la película.