Frank Zappa. La música se resiste a morir
Texto elaborado para la presentación de la biografía escrita por Manuel de la Fuente y publicada por Alianza Editorial, nunca publicado anteriormente
La historia del ensayo musical en España no ha sido fácil. Al margen de algunos ejemplos aislados previos, y sin ánimo de ser exhaustivos, las primeras iniciativas serias destinadas a que la música se pudiera leer, además de escucharse, comenzaron a aparecer en los años 70, en un país que se iba desperezando muy lentamente, a medida que el cuerpo del dictador comenzaba a despedir hedor de muerte, y donde se concebía el rock como una cultura asociada a movimientos contestatarios y enfrentados al sistema, que había llegado tarde y mal, como casi todo.
La Editorial Júcar, dirigida por Silverio Cañada desde Gijón, que había dado sus primeros pasos en la clandestinidad, vendiendo libros prohibidos por el franquismo, comenzó la publicación de una voluntariosa serie de biografías musicales que combinaba traducciones de material foráneo con textos de autores españoles. Fue la primera toma de contacto del lector español con David Bowie, Elvis, el propio Zappa o lo que entonces se denominó Gay Rock (en un volumen firmado por Eduardo Haro Ibars y hoy objeto de culto). Aunque es cierto que había una carencia total de material bibliográfico y de algún modo había que empezar, leer hoy alguno de aquellos libros (muchos de ellos, escritos por meros fans) puede llegar a producir sonrojo. Nombres mal escritos, insuficiencias discográficas (por no decir agujeros negros), ausencia de información básica, opiniones sin contrastar, fuentes dudosas (o directamente falsas)…
Luego, ya en los 80, llegaría Fundamentos, que en su colección Espiral se dedicó a traducir letras de algunos rockeros míticos y que llegó a publicar las dos novelas de Leonard Cohen; o Tusquets, también apostando por las letras; incluso se tradujeron algunos textos teóricos que para entonces ya andaban desfasados o a punto de estarlo. En los 90, La Máscara, desde Valencia, inundó los kioscos con material mayoritariamente de usar y tirar, aunque hubiera autores voluntariosos que trataban de dar cierta dignidad a lo que escribían, pero el interés de la editorial se centraba en poner muchas fotos y dedicar monográficos a cualquier grupo de temporada que pudiera vender unos cuantos ejemplares. Lo de pagar derechos a los autores era impensable. De hecho, la editorial desapareció cuando, un fin de semana, su almacén se incendió misteriosamente.
Milenio, desde Lleida (curiosa la descentralización del editorialismo musical), lleva años ampliando un catálogo desigual, donde publica cualquier cosa relacionada con los Beatles (garantía de ventas) y textos generalmente escritos por fans de músicas nicho (del heavy al rock siniestro, pasando por cualquier artista o subcultura juvenil). Más recientemente, Mondadori, Contra, la desaparecida Global Rhythm, Robinbook, Libros del Kultrum y otras han empezado a poner al alcance del lector español, por fin, textos anglosajones de referencia firmados por Lester Bangs, Greil Marcus, Charlie Gillett, Clinton Heylin, Barney Hoskins, Simon Reynolds o Mark Fisher (en este caso, desde Argentina).
Sin pretender eternizar el asunto, es obvio que ha costado, pero las cosas han ido cambiando. El problema sigue siendo disponer de buenos textos originales en castellano. Si se aborda un asunto local con tiempo y rigor, se pueden obtener títulos de referencia, y ya existe alguno, pero lo habitual es que los resultados sigan estando entre el oportunismo y la irrelevancia. ¿Los motivos? El principal, la dificultad de acceso a las fuentes directas, pero también lagunas históricas (producto del desconocimiento de textos básicos no traducidos) y, en los últimos tiempos, un mal endémico de difícil solución: el recurso a internet, plagado de datos dudosos y de errores o falsedades, pero ideal para el copia/pega inmediato. Así, y salvo honrosas excepciones, se ha tendido a la mirada interesada, al refrito deficiente de material anglosajón y a la chapuza apresurada (propiciada por fechas límite de entrega ajustadas, ausencia de editores en el sentido anglosajón del término y dificultad de trabajar a cambio de limosnas). Por no hablar del oportunismo: Nos faltan aún títulos básicos en castellano, pero ¿cuánta bibliografía existe sobre Héroes del Silencio? ¿Y sobre los ripios canallitas del insufrible Sabina? El diario La Razón llegó a sacar un artículo sobre “Sus mejores biografías”, lo que da la idea de la cantidad existente. El libro sobre música concebido como golosina de usar y tirar para el fan acrítico y el lector poco exigente.
¿Que cómo puedo ser tan categórico al respecto? Porque he leído muchos de esos libros y, sobre todo, porque también firmé algunos, en un pasado más o menos remoto. Es decir, que nadie me tiene que contar cómo funcionaban (y funcionan) las editoriales ni quienes las dirigían.
Y, pese a todo, Zappa no puede quejarse. El objetivo crematístico de las editoriales ha fijado habitualmente su atención en los grupos más populares, pero no son infinitos, y al final todo el mundo ha tenido su libro en castellano. Así, Zappa ha pasado por diversas manos antes de llegar a donde estamos: En 1994, Júcar tradujo “Frank Zappa & The Mothers of Invention”, de Alain Dister; en 1999, David F. Abel publicó “Frank Zappa. Genio y locura” con La Máscara, y en 2004 fue Milenio la que puso en el mercado “Introducción a Frank Zappa”, de Nando Caballero y Juan Gómez. Posteriormente, en 2022, coincidieron otras dos referencias en el mercado español: “Zappa”, de Quim Casas (Redbook Ediciones) y “Frank Zappa: 1940-1993” (Sílex Música).
Además, Biblioteca Nueva publica en 2006 el ensayo “Frank Zappa en el infierno. El rock como movilización para la disidencia política”, donde ya entra en escena Manuel de la Fuente, que será también el traductor de “Memorias. La verdadera historia de Frank Zappa”, escrito por el propio músico, y de “¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa”, de Pauline Bucther. Ambos, publicados por Malpaso en 2015. Incluso se llegó a editar en nuestro país “Monstruos y otras especies” (Montena, 2007), una novela de su hijo Ahmet Zappa, que también es el productor de dos documentales sobre su figura realizados en apenas cuatro años: “Eat that question” (Thorsten Schütte, 2016), que se alzó con el Premio Zabaltegi en el festival de San Sebastián, y “Zappa” (Alex Winter, 2020).
En ese listado de publicaciones hay todo tipo de trabajos, que van desde la óptica del fan hasta el estudio con vocación analítica, incluyendo también su propia autobiografía o las memorias de su secretaria, lo que demuestra la vigencia del músico.
De hecho, incluso parece mucho material, sobre todo para tratarse de un músico al que se puede considerar minoritario. Sin embargo, no existía nada como “La música se resiste a morir”. Porque lo que no existía era una biografía de verdad. No autorizada. Es decir, sin temor a meterse hasta el fondo y enfangarse en una obra musical de tal magnitud y una personalidad tan compleja. Y aquí vuelve a entrar en escena Manuel de la Fuente. Manuel no es crítico musical. No podría serlo, porque Zappa los odiaba. Tampoco ha escrito sobre otros músicos, el resto de su bibliografía es sobre cine. Pero conoce el tema como la palma de su mano. Quizá mejor. Y no exagero.
De ahí que resulte tan anómalo como digno de celebración toparse con una biografía como esta. No es casualidad que la edite un sello de prestigio como Alianza Editorial. En la serie Libros Singulares. Cátedra, otra editorial de prestigio, intentó una colección de música que fracasó porque cayó (aunque no siempre) en algunos de los vicios ya señalados. Aquí hay años de dedicación, fuentes de primera mano, conocimiento del tema y sus afluentes, mirada panorámica… El trabajo de Manuel de la Fuente es impecable.
Julio Anguita tenía una cantinela que seguramente todos recuerdan: “Programa, programa, programa”. Aquí eso se traduce en “contexto, contexto y contexto”. Este libro cuenta la historia de Franz Zappa, un artista que quiso componer música contemporánea, que fracasó, que se zambulló en el rock, que acabó siendo reconocido como compositor, que dirigió películas, pero que hizo todo eso en un contexto. Y a veces eso se olvida cuando se habla de música, como si se produjera en burbujas aisladas de su entorno. El libro habla de Zappa, claro, pero también de la escena hippie, de los movimientos sociales en EEUU, de la evolución de la política, la sociedad y las modas, de la censura, de la música contemporánea del siglo XX y de mil cosas más.
Yo no voy a hablar de Zappa. Para eso está el libro. Como todo músico de larga trayectoria y extensa obra (y la suya es muy extensa, quizá demasiado, aunque Manuel no estará de acuerdo), tiene sus más y sus menos, y no soy yo el más indicado para exponerlos y valorarlos. Baste decir que su influencia se extiende a artistas tan dispares como John Zorn (que ha grabado sus temas), los indie-rockers Pavement (inspiró “Wowee Zowee”), la banda de stoner Monster Magnet (que tomaron su nombre de la canción de Mothers of Invention) o incluso los valencianos Amor Sucio, que hicieron lo propio con “Dirty Love”.
Pero sí voy a decir algo sobre el libro. Y es que está muy bien escrito. Y pese a que Manolo es un admirador absoluto y sin fisuras de Zappa, y lo demuestra en muchos pasajes, no por ello elude los temas espinosos, y retrata a un músico tocado por el genio, pero también sobrado de ego, arrogante, contradictorio y poseedor de la verdad absoluta sobre todo y siempre: si admite haber cometido un error es haber hecho algo para lo que el público-medios-industria-sociedad no estaban preparados. Es decir, expone todas las caras del personaje, incluso aunque algunas puedan desagradar o no le dejen en buen lugar. El genio musical era también un astuto empresario, aunque no todos sus proyectos (algunos de ellos, bastante rocambolescos) salieron bien. Lo que vino después, la gestión de su legado, las peleas entre sus hijos, no va ya con él, aunque parece una de sus canciones satíricas. Y en todo caso, que desde su muerte, en 1993, sigamos hablando y discutiendo apasionadamente sobre él solo demuestra una cosa: Que la música, efectivamente, se resiste a morir.