El placer de conversar con David Byrne

El placer de conversar con David Byrne

Recupero una conversación con David Byrne que apareció en Neo, suplemento del diario Levante, en abril de 2001. El motivo era la aparición de su último disco en solitario, pero al transcribirla me he dado cuenta de que casi no hablamos de él. O sin el casi. Byrne fue generoso y, en ocasiones, autocrítico, en una época en que parecía olvidado por casi todo el mundo, pese a haber sido el motor de una banda tan relevante como Talking Heads. Hoy, cuando Cómo funciona la música (2012, traducido en 2014) sigue siendo uno de los mejores libros sobre el tema, y cuando la música en español domina el mundo, se reestrena en cines con todos los honores Stop Making Sense (Jonathan Demme, 1984), Paolo Sorrentino se inspira en una de sus canciones para hacer una película (This Must Be The Place/Un lugar donde quedarse, de 2011, en la que además aparece actuando) y Spike Lee firma el documental de su monumental gira American Utopia (2020), parece indiscutible que es uno de los artistas más relevantes del último medio siglo.

 

David Byrne está de nuevo en España, un país con el que ha estrechado lazos en los últimos años. Esta vez, el motivo es una visita promocional a Madrid con motivo de la publicación de Look Into the Eyeball, su sexto disco como solista tras la disolución de Talking Heads. De carácter afable y conversación fluida, el artista neoyorquino es consciente del interés que suscitan todas sus actividades, y durante la entrevista no tiene inconveniente en dejar ocasionalmente su nuevo álbum en segundo plano y abordar otras cuestiones relacionadas con su trabajo, que abarca la dirección del sello Luaka Bop y otros proyectos de diversa índole.

Ya que en tu nuevo álbum has grabado un tema titulado Desconocido soy, ¿te atreves a mantener esta conversación en castellano?

Prefiero no hacerlo, me resulta muy difícil. Lo siento. La canción que mencionas es muy simple. Traté de escribirla en inglés, pero no funcionaba, así que empecé a traducir algunas frases al español y comenzó a arreglarse. Me di cuenta de que algunas melodías suenan mejor en determinadas lenguas.

Otra de tus conexiones españolas, aparte de haber elegido Andalucía para componer el disco, fue tu participación en el último álbum de Peret, en la canción Si fulano. ¿Llegaste a conocerle?

Nunca nos hemos visto. Nuestra colaboración se produjo a través del teléfono, el fax y el envío de cintas. Para mí fue una oportunidad de acercarme a la rumba. La canción me gusta mucho, me identifico mucho con ella.

Look Into the Eyeball es tu sexto disco en solitario, pero da la impresión de que últimamente se te reconoce más como responsable del sello independiente Luaka Bop que como compositor y cantante.

Creo que eso no es necesariamente negativo. Gracias al trabajo del sello, mi nombre está asociado a algunos músicos magníficos, de algún modo tengo crédito sobre su trabajo, y disfruto con ello.

Pero se supone que no eres un empresario, sino un artista.

Sí, pero como tal, también soy fan de muchos otros artistas, y desde esa faceta siempre estoy interesado en escuchar otras cosas. Por eso creé la compañía de discos.

¿Te resulta difícil, como músico, situarte al otro lado del negocio?

A veces, pero creo que más o menos he tenido éxito. Mi trayectoria en Luaka Bop se ha marcado por la independencia y la apuesta por muy diferentes estilos de música, y he sobrevivido. No vendemos millones de discos, en el futuro quizá lo consigamos, pero al menos podemos hacer lo que queremos.

¿Qué aspiraciones tienes ahora cuando grabas un disco?

¡Uf! Es paradójico, porque cuando grabo un nuevo LP trato de hacer algo que a mí me gustaría oír, pero una vez lo termino, no vuelvo a escucharlo (risas). Como no encuentro un disco con determinadas letras o ritmos, tengo que hacerlo yo mismo, pero luego no lo oigo.

Luaka Bop tenía contrato de distribución con Warner, pero ahora has firmado con Virgin. ¿La relación entre sellos pequeños y grandes es siempre complicada?

En Virgin lo están intentando. Virgin España, por ejemplo, tiene subsellos como Chewaka o Yerbabuena, del mismo modo que ocurre en Inglaterra. Y a través de esos sellos se pueden sacar los discos de Tonino Carotone y Estrella Morente. Quizá no trabajan para grandes audiencias, pero se ajustan a los presupuestos y pueden sobrevivir, lo cual es muy positivo.

¿Prefieres trabajar en Europa?

Sí, aunque creo que este disco puede ser bien acogido en Estados Unidos. En mi país, a principios de los noventa, en la radio solo había sitio para el grunge. Ahora las cosas han cambiado, y quizá tenga una oportunidad. Además, me da la sensación de que allí me consideran una especie de traidor: yo tenía una banda de rock, los Talking Heads, y la dejé para marcharme a la jungla brasileña, así que soy un traidor, porque les abandoné, y me han castigado ignorándome.

¿En qué has invertido los cuatros años transcurridos desde la aparición de Feelings, tu anterior disco?

Me ha tomado cierto tiempo el cambio de sello. También hice la banda sonora para un espectáculo de danza de una compañía belga y he estado involucrado en varios proyectos artísticos, un libro y algunas exposiciones. Estoy muy ocupado, y necesito tiempo para preparar un disco.

¿La música ya no es tu principal prioridad?

Está al mismo nivel que las demás manifestaciones artísticas. Pero creo que la música sigue siendo mi principal fuente de ingresos, lo que me permite vivir. Sin embargo, no pienso en términos diferentes en una cosa u otra, para mí coexisten al mismo nivel.

A finales de los ochenta, tu interés por la world music se interpretó como un capricho. ¿Crees que el tiempo te ha dado la razón?

Absolutamente. Al principio recibí bastantes críticas, pero, a partir de determinado momento, cesaron. Quizá se cansaron de seguir hablando del tema, o simplemente la gente se ha vuelto más escéptica.

¿Se pueden establecer comparaciones entre tu trabajo y el de Peter Gabriel en el sello Real World o el de Wim Wenders y Ry Cooder en el film Buena Vista Social Club?

Déjame pensar. Hay una similitud entre nosotros: todos tenemos una gran curiosidad musical y deseamos colaborar con músicos excelentes y muy diferentes entre sí. Pero cada uno tiene su estilo y hace las aproximaciones a su modo. Al principio, Luaka Bop era un sello muy interesado en la fusión entre la música tradicional y la contemporánea, en bandas que mezclaban rock and roll y salsa, músicos cubanos usando sintetizadores y pedales de wah wah, músicos hindús que unían melodías ancestrales y techno… Ese tipo de fusiones bastardas, mientras que la otra gente que mencionas estaba más preocupada en presentar la música en sus formas más tradicionales. Ahora he escuchado algunos discos recientes de Real World y también en ellos se mezclan diferentes estilos.

Hace años trabajaste como productor para grupos como Fun Boy Three. ¿Por qué no has insistido en esa faceta?

Creo que no era demasiado bueno en ese terreno.

Bueno, aunque es cierto que provocó división de opiniones, a mí me gusta mucho Mesopotamia, el disco que grabaste con The B-52’s.

Gracias, pero realmente creo que no era lo mío. Hay ideas técnicas con las que puedo ayudar a los músicos, e incluso quizá enseñárselas, pero resulta difícil entender exactamente qué quiere hacer cada uno musicalmente, y eso es lo que, de alguna manera, debe conseguir un productor: meterse en la cabeza del artista y ayudarle. Eso es incluso más importante que el aspecto técnico.

Tú mismo trabajas con un productor.

Sí, pero yo tengo métodos para explicarle lo que busco. Uso otros discos, se los pongo y le digo que quiero sonar de ese modo. A veces no es necesario dar muchas más explicaciones.

¿Cuáles le pusiste a Michael Mangini, el productor de Look Into the Eyeball?

¡Oh, la lista es muy larga! Grabé un CD recopilatorio donde incluí el tema de Isaac Hayes para la película Shaft, una canción de Björk, otra de Caetano Veloso, Stevie Wonder, el Everybody Knows de Leonard Cohen, los artistas italianos Franco Battiato y Piccola Orchestra Avion Travel, un tema de Serge Gainsbourg, música electrónica, Air, Manu Chao, The O’Jays… Algunas cosas son muy arty, otras decididamente comerciales.

¿Y Mangini no se volvió loco?

Estuvo a punto, ja, ja, ja. Lo entendió perfectamente. El concepto era poder ir en diferentes direcciones, experimentar pero a la vez ser accesibles.

Eso era, en el fondo, lo que buscabas con Talking Heads.

Exactamente. De hecho, a veces llegamos a definirnos como una banda art-funk. Nos dimos cuenta de que era posible mezclar cosas muy diversas.

¿Qué recuerdas de aquella época, en que incluso hicisteis un tour con Ramones?

Esa gira ejemplifica un momento fantástico, porque a nivel musical estábamos en dos universos completamente distintos, pero el público podía aceptarnos a ambos. Cada uno hacia lo suyo de manera muy simple, pero también muy personal, y era posible ofrecer un show con dos grupos tan diferentes, mientras que ahora eso sería muy difícil. Los grupos hacen siempre lo mismo, es más difícil mezclar, y el público está más sectorializado y va a ver lo que conoce de antemano.

En los últimos tiempos, varios libros se han dedicado a glosar la escena neoyorquina de finales de los setenta y principios de los ochenta. ¿Cómo te sientes sabiéndote parte de ese importante pedazo de historia del rock?

Bueno, todos los grupos compartíamos ciertos criterios estéticos y actitudes, buscábamos hacer algo positivo, pero en muchos sentidos nosotros estábamos al margen de la escena. Probablemente porque nos interesaba la música de baile, mientras que los demás se decantaban por otros tipos de catarsis, como la poesía.

Otra de tus facetas artísticas es la de director de cine. En 1986 rodaste True Stories, pero no has repetido. ¿Por qué?

Lo he intentado constantemente. Tuve un guion para hacer una película de corte arty y logré un presupuesto de más de diez millones de dólares, pero entonces me di cuenta de que era demasiado dinero y me pedirían un éxito, lo cual no podía garantizar. A veces tengo alguna buena idea, pero no me convence su traducción a guion. No sé, sigo intentándolo. Y sigo interesado en el cine. Antes de salir de Nueva York he podido ver Los espigadores y la espigadora, un documental de Agnès Varda, y una estupenda película mexicana que también se está proyectando en España, Amores perros.

 

Stop Making Sense. Retrato en vivo de una banda en estado de gracia

Stop Making Sense. Retrato en vivo de una banda en estado de gracia

Con motivo de su regreso a las salas de cine, recupero el texto sobre la película Stop Making Sense (Jonathan Demme, 1984) incluido en el libro Sueños eléctricos. 50 películas fundamentales de la cultura rock (UOC, 2016)

 

Hacia finales los años sesenta y a lo largo de los setenta, exitosos documentales sobre festivales, como Woodstock (Michael Wadleigh, 1970) y Monterey Pop (D.A. Pennebaker, 1968), y filmaciones de conciertos como The Song Remains The Same (Peter Clifton, Joe Massot, 1976) o Pink Floyd: Live at Pompeii (Adrian Maben, 1972), que se estrenaron en salas comerciales, instauraron un canon a seguir para plasmar en cine las actuaciones en directo. Se trata, por regla general, de grandes espectáculos épicos, en los que los músicos adquieren categoría de semidioses, capturados en su momento de mayor gloria y en recintos de grandes dimensiones (como el anfiteatro romano de Pompeya). Además, se suelen incluir imágenes tomadas en backstage o entrevistas, y se presta especial atención a las reacciones de un público totalmente entregado. En 1984, Jonathan Demme y los Talking Heads cambiarían el concepto con Stop Making Sense, un film que la revista The Face definió como “el Ciudadano Kane de las películas de conciertos”.

El cineasta había debutado diez años antes con La cárcel caliente (Caged Heat, 1974), a las órdenes del productor Roger Corman, y contaba con siete películas en su haber, pero aún estaba lejos de obtener el reconocimiento masivo que le otorgaría El silencio de los corderos (Silence of the Lambs, 1991), mientras que la banda era una de las propuestas musicales más estimulantes de la escena surgida en Nueva York en la segunda mitad de los setenta, y había publicado ya seis álbumes recibidos de manera entusiasta por la crítica. Entre ellos, el doble en directo The Name of this Band is Talking Heads (1982). Si grababan otro disco en vivo, tenía que ser diferente.

El inquieto David Byrne, cantante y compositor principal del grupo (que en 1986 dirigiría el interesante largo de ficción True Stories), concibió una puesta en escena muy visual, con elementos teatrales, que se desmarcaba de cualquier filmación previa. En 1983 se metió durante cuatro días de diciembre en el Pantages Theater de Hollywood (California) con la intención de organizar un concierto diferente, que captara toda la atención del espectador a partir de lo que sucedía en el escenario. Un espectáculo que va de menos a más y que comienza con un escenario desnudo, vacío, exento de la parafernalia (incluso de los instrumentos) que caracteriza un show en vivo, únicamente con un micrófono en el centro. Byrne sale con la guitarra acústica en bandolera y un radiocasete en la mano. Se pone delante del micro, anuncia al público que tiene una cinta que quiere que escuchen, presiona el play y comienza a sonar el ritmo de Psycho Killer.

A partir de ese momento, prácticamente en cada canción sucede algo nuevo. Byrne ha concebido el show para que sea filmado, mira a la cámara e interpreta la canción solo, mientras a su espalda los técnicos sacan la plataforma con la batería. A medida que avanza el repertorio, el espectador asiste al montaje del backline y a la incorporación de los integrantes de la banda. En Heaven se suma la bajista Tina Weymouth y sale la batería, que ya tocará Chris Frantz en Thank You For Sending Me An Angel, la tercera canción. Para la siguiente, Found A Job, se completa el cuarteto con Jerry Harrison, mientras se siguen colocando plataformas y micros. El sonido se va haciendo más complejo, y en Slippery People, la siguiente canción, aparecen un percusionista y dos coristas. Comienzan las coreografías. Se coloca el set completo de percusión. En Burning Down The House aparecen un nuevo guitarrista y un teclista. Ya hay nueve músicos en escena. El muro de la parte trasera del escenario ha sido cubierto con un telón negro. En la séptima canción, Life During Wartime, no se producen cambios. Las coristas se marchan y David Byrne llena el escenario con sus bailes y carreras.

Pero las sorpresas no han terminado. En Making Flippy Floppy aparecen proyecciones sobre el telón del fondo. La iluminación, siempre blanca, comienza a jugar un papel determinante en la puesta en escena. Y dos temas más tarde, en What A Day That Was, vuelven las coristas. Una lámpara de pie con la que juega Byrne y que es la única fuente de luz durante la canción protagoniza Naive Melody. El vocalista se toma después un respiro y cede el protagonismo al resto de la banda, que interpreta Genius Of Love, una canción de Tom Tom Club, el grupo paralelo de Frantz y Weymouth. Cuando regresa, Byrne lleva puesto un enorme traje blanco que, con la ayuda de un técnico de luz, proyecta sugestivas sombras en el escenario y da un aire extraño (más extraño aún) a sus bailes. El foquista se une al show y canta una frase de Grilfriend Is Better cuando Byrne le ofrece el micro. Llegando al final, el cantante presenta a la banda en una larga versión de Take Me To The River, y el colofón lo marca Cross-Eyed And Painless. Es entonces cuando vemos bailar por primera vez al público, hasta entonces en sombras. Al acabar la canción, músicos y equipo técnico saludan a la audiencia. El show ha terminado. Cae el telón.

Stop Making Sense no solo pone de manifiesto de manera sumamente inteligente el artificio de un concierto, a base de movimientos de cámara y soluciones de montaje que van descubriendo al espectador lo que sucede en el escenario. Es, además, el retrato en vivo de una banda en estado de gracia, con un repertorio mayúsculo y un elenco de lujosos colaboradores (todos afroamericanos) que pone de manifiesto la deuda de su sonido con la música africana. El teclista Bernie Worrel (Parliamente, Funkadelic), el percusionista Steve Scales (reclutado en el anterior disco en directo), el guitarrista Alex Weir (The Brothers Johnson) y las coristas Ednah Holt (The Ritchie Family) y Lynn Mabry (Sly & The Family Stone, Brides of Funkenstein) conforman una mayoría negra sobre las tablas que potencia el componente afro-funk del repertorio.

Jonathan Demme continuaría relacionado con la música realizando videoclips (UB40, New Order) y varios rockumentales: Storefront Hitchcock (1998), la trilogía Heart of Gold (2006), Trunk Show (2009) y Journeys (2011), centrada en Neil Young, o Kenny Chesney: Unstaged (2012).